La Hna Raquel Soria, misionera de la Consolata argentina, nos comparte su experiencia con los inmigrantes en Italia.

Era una noche fría y una llovizna constante golpeaba burlonamente la ventana de mi habitación; la tentación de quedar en casa al calorcito, después de una intensa jornada de trabajo se insinuó placentera dentro di mí. Pero mi pensamiento se dirigió rápidamente  hacia esos hermanos y hermanas que aquella noche, como tantas otras noches, dormían a la intemperie en el frío, no teniendo  otra posibilidad, otras opciones. Ellos son el pueblo de la noche, el pueblo de la calle, que cada noche buscan refugio en la estación de  Milán Central y sus alrededores.

A pesar del mal tiempo, o tal vez, debido a ello, esa noche fuimos más numerosos que de costumbre, éramos cincuenta y dos los jóvenes y adultos que después de un intenso momento de oración hecha en el hall de la estación vamos en grupos de tres al encuentro de  esos hermanos y hermanas, para más extranjeros, que de alguna manera nos esperan. No les llevamos dinero, ni alimentos, nada material. Pero les damos lo que tenemos: nuestro tiempo, nuestra cercanía, nuestra escucha humilde y respetuosa, porque estamos profundamente convencidos de que no hay mayor dolor que sufrir solos, sintiendo que “nobody cares”, a nadie le importa mí.

Esa noche encontramos a Shaban. Estaba sentado en los escalones, y cuando nos acercamos, aunque no nos conocía, se puso de pie y nos saludó amablemente, como si nos hubiese esperado desde hace mucho tiempo. Luego, después de haberle dicho apenas nuestros nombres, sentados junto a él escuchamos su historia. Shaban tiene cuarenta y dos años, viene de una zona muy pobre de Egipto, por lo que es uno de los así llamados migrantes económicos, es decir, aquellos que de acuerdo con la política inmigratoria  europea, tendrían menos derecho para migrar! Pero Shaban tiene una familia en la que pensar, y es precisamente por ella, dice, que él decidió emigrar con la esperanza de poder darle a sus tres hijos un futuro.

Se ha adeudado hasta lo inverosimil para poder salir, se ha visto frente a la muerte, no sólo durante la travesía, sino también muchas otras veces. Shaban sabe que es un clandestino se lo dicen no sólo la falta de documentos, sino también las miradas desconfiadas de la gente cuando buscan ayuda o un trabajo; se lo hizo sentir la explotación sufrida y las condiciones inhumanas en las que tuvo que vivir junto a otros compañeros desesperados que, como él, habían arriesgado todo para llegar a Europa. Para ellos, explica, permanecer en su propio país hubiera sido una muerte segura, partir, una muerte probable, por eso  se aferraron a ese hilo de esperanza y desafiaron al mar.

Desde que llegó a Italia, Shaban no desdeñó ningún tipo de trabajo en Sicilia, Puglia y Milán, con tal de ganar algo de dinero para sus hijos. Recientemente fue brutalmente golpeado y despojado de todo su dinero, ese  dinero que, privandose también de lo necesario, había  logrado ahorrar para enviar a su familia. No maldece ni se lamenta, pero está muy dolorido porque  sus seres queridos no tendrán nada para celebrar la Fiesta del Sacrificio, fiesta muy importante para la comunidad islámica. Sin embargo, "Allah no duerme, él los cuidará a ellos así como cuida de mí!", afirma con fe inquebrantable, con convicción obstinada. Conmovida, recito para él las palabras del Salmo 120: “Mi auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. No duerme, no duerme no duerme ni reposa el Guardián de Israel. Él es como la sombra que te cubre y está a tu derecha (...). El Señor te protegerá de todo mal; El guardará tu vida. El Señor velará sobre tí cuando sales y cuando entras, ahora y por siempre” Shaban habló durante más de una hora compartiendo con nosotros un pedazo de su vida, sus dificultades, sus esperanzas, su fe, enriqueciéndonos con el don de sí mismo. Nos ha tocado en lo profundo esa capacidad para resistir, de permanecer de pié frente a las pruebas, a las injusticias, a los sufrimientos, esa  capacidad de  aceptar el dolor y vivirlo con la cabeza alta, heroicamente, con dignidad!

Cuando me bajé del tren seguía lloviznando. Con el corazón henchido agradecí al Señor por el don de ese 'encuentro, por todos los Shaban, zarzas ardientes, que a pesar de sus incalculables  sufrimientos  y humillaciones no se consumen, y de los que el Señor, el “Yo Soy”, hoy sigue hablándonos , llamándonos y enviándonos. (Ex 3.2-10).

Ha pasado más de un año desde que conocí a Shaban, pero todavía llevo en el corazón las grandes lecciones aprendidas de ese hermano musulmán. Ahora estoy en Sicilia, donde junto con otros tres misioneros hemos iniciado una comunidad intercongregacional para un servicio a los migrantes; un proyecto de la Conferencia de los Institutos Misioneros (CIMI), que sintiéndose provocada al escuchar su grito de ayuda, quiere empeñarse concretamente  a fin de que "su grito se convierta en el nuestro grito, y juntos podemas romper la barrera de la indiferencia que con frecuencia reina soberana para ocultar  la hipocresía y el egoísmo (MV 15)."

Hna Raquel Soria, mc